
La frase pertenece a René Favaloro y forma parte de una de las siete 
cartas que dejó escritas antes de pegarse un tiro, justamente, en el 
corazón. A sus 77 años, el 29 de julio del 2000, el cirujano argentino 
que hasta último momento pidió ser considerado como un “médico rural” 
—recordando sus “lejanos años en Jacinto Arauz”, un pequeño pueblo del 
sur de La Pampa, donde ejerció durante más de una década— pero que fue 
eminencia mundial habiendo perfeccionado la técnica del by pass aórtico 
que salvó cientos de miles de vidas, decidió suicidarse. Y lo hizo con 
una secuencia metódica. Dejó siete cartas escritas para varios 
destinatarios, algunos sobres con dólares para seres queridos y tres 
carteles pegados en el espejo. Uno pedía "avisar a Roberto y Liliana", y
 sus números telefónicos, otro simplemente decía "hasta siempre". En la 
tercera dejaba indicaciones sobre qué hacer con su cuerpo: “Cremarme 
inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes 
cercanos a Jacinto Arauz”.
Tras su paso por aquel pueblo pampeano, 
Favaloro se instaló en Cleveland, Estados Unidos. Allí se convirtió en 
uno de los mayores especialistas en la cirugía cardiovascular. Sin 
embargo, consciente de los desafíos que acarreaba, a los 47 años decidió
 que debía volver a Argentina. Su gran sueño era establecer un centro de
 investigación y atención médica. No fue sencillo, y como él bien sabía,
 “ser honesto en esta sociedad corrupta tiene su precio”, y fue el más 
caro.
Como lo dejó bien claro en la última carta de despedida, la 
situación en la Fundación Favaloro, que tenía tan solo 25 años, se 
volvió insostenible. Las deudas que tenía, por 40 millones de pesos, la 
estaba poniendo en jaque. Pero no era sólo eso. Al mismo tiempo le 
debían más de 18 millones, principalmente desde el IOMA y PAMI, en ese 
entonces dirigido por el actual jefe de gobierno porteño, Horario 
Rodríguez Larreta.
Las dudas tenían con la Fundación tenían una 
explicación: “Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los 
lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de 
retorno. Por otro lado, apuntó: “El PAMI tiene una vieja deuda con 
nosotros, (creo desde el año 94 o 95), la hubiéramos cobrado en 48 horas
 si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían”.
En este 
contexto, el instituto creado por René Favaloro vivía una situación 
dramática. Sabía que el siguiente lunes, al volver a la Fundación, iba a
 tener que despedir a casi un tercio de los trabajadores, muchos de los 
cuales trabajaban con él desde que había vuelto al país a principios de 
los setenta. “Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. 
Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no 
podría dar la cara”, dice casi al final de la carta.

