Una estrategia con los pies en la tierra
Ese actor social era más el fruto de la inmigración italiana y española
que de las poblaciones originarias americanas, para las cuales aquella
Generación del ’80 había usado otro método. Lo sintetizó Sarmiento, con
ese cinismo brillante que lo hizo el mejor defensor del modelo unitario y
también un crítico muy ácido del protagonismo de Julio Argentino Roca,
el líder del elitista del modelo agroexportador. Sarmiento tradujo con
una bruta chicana el lema de Roca “paz y administración”. Según el
sanjuanino, la fórmula real era “Rémington y empréstitos”. Es más sabida
la importancia del fusil de retrocarga en el aniquilamiento de los
pobladores originarios, aunque conviene subrayar cómo se popularizó el
nombre de ese arma que permitía matar a distancia a mujeres que estaban
en sus casas –que eran tiendas pero eran sus casas– o a los hombres que
estaban a caballo con boleadoras y lanzas. Fue el “rémington patria”,
nada menos, una marca cultural que resuena, para algunos, como una
herencia difícil de digerir mientras que otros ocultan con un dejo de
vergüenza y nostalgia. Lo de los empréstitos es menos sangriento pero
tan cruel: la banca pública argentina (el Banco Provincia de Buenos
Aires y el Banco Nacional, creado en 1872 y fundido al poco tiempo,
luego convertido en Banco Nación) garantizaba los créditos que los
terratenientes tomaban en el mercado financiero de Londres y cuando no
los pagaban, el garante se hacía cargo de la cuenta. Por supuesto, la
misma banca londinense después recargaba no el Rémington, sino las
cuentas con empréstitos que eran papeles y no oro, pero que engrosaban
la deuda externa argentina. El gran periodista económico Julio Nudler le
dijo hace unos años a quien escribe estas líneas una frase que
circulaba en el Banco Nación, lugar donde todavía están los óleos de los
directores y presidentes que, salvo honrosas excepciones, hasta 2003,
eran terratenientes o financistas vinculados a la banca extranjera. La
frase es: “Los bancos no se roban con armas o con llaves sino con
firmas”. Es evidente, el momento de claro enfrentamiento con ese modelo
agroexportador fue la década de 1945-1955, donde la banca pública estuvo
al servicio del modelo de sustitución de importaciones y que, con
éxito, lograba transferir las rentas extraordinarias del sector primario
hacia la industria que incluía, además, un incremento extraordinario de
los ingresos populares. La existencia del Instituto Argentino de
Promoción del Intercambio, que funcionaba bajo la órbita del Banco
Central.
2012. El film de catástrofes naturales y castigos divinos que llevó el
nombre del año que empezamos a transitar puede ser tomado por algunos
como una anticipación de las diversas turbulencias que se viven,
especialmente en los países más ricos de la Tierra. Pero las
explicaciones de lo que pasa no deben buscarse en el calendario maya,
sino en la crisis de las hipotecas subprime. Algo no muy distinto de lo
que pasaba en la vieja Argentina oligárquica de fines del XIX, pero esta
vez en Estados Unidos, España y otros países industrializados. La
voracidad de los poderosos de las finanzas, con los permisos
legislativos desregulatorios, convirtió las cuotas de la casa propia en
un bono para la timba financiera. Es decir, los bancos dieron créditos a
clientes no muy seguros, que compraban viviendas sobrevaluadas y les
ponían una tasa de interés alta. Como la historia no cerraba, esos
créditos los compraban otros bancos, llamados generosamente “fondos de
inversión”. Una perversión como la del fusil patria, con la ventaja que
los titulares de los fondos de inversión pagan unos impuestos irrisorios
porque la palabra inversión en Estados Unidos es tan sagrada como la
palabra Patria en todos lados. Entonces, los llamados inversionistas de
la era de la valorización financiera pagan pocos impuestos y logran que
la Reserva Federal norteamericana salga en su auxilio. Eso sí, a costa
de que la relación deuda-PIB de la primera economía y potencia militar
del mundo sea del 100%. Un verdadero disparate si es que a este modelo
de dominación global se lo puede llamar capitalismo.
Los anuncios de la Presidenta del miércoles por cadena nacional son una
muestra palmaria de que, y sabiendo los altos niveles de interrelación
global de la política y la economía, otros caminos son posibles.
Cristina hizo alguna referencia a Carlos Tomada cuando habló de la
seguridad social y no todos saben la cantidad de veces que el Ministerio
de Trabajo convocó a los mejores especialistas mundiales en esta
materia. Varias veces estuvo Robert Castel, un académico progresista,
autor de un trabajo imprescindible llamado La inseguridad social, en el
que describe la progresiva deserción del Estado de bienestar en países
centrales a la vez que avanzaban los fondos financieros para ocupar el
lugar de lo público. Ese libro fue publicado en 2004, y ese sí era
anticipatorio de lo que pasaría años después y que llevó a que los
puestos claves de gobierno en Europa estén en manos de ejecutivos de
Goldman & Sachs, llamada “banca de inversión”. Sería injusto decir
que los europeos sean bárbaros y no sepan diferenciar la especulación de
la inversión; sin embargo, cuando la recesión y el temor se instalan en
el Viejo Continente, las derechas ganan terreno cultural y electoral.
Fue muy interesante escuchar a la Presidenta hablar de lo que costaba
hacer entender, aún en legisladores del Frente para la Victoria, la
fórmula de actualización de los haberes previsionales. Porque se trata
de una fórmula que combina inflación, con recaudación y con los recursos
del Fondo de Garantía de Sustentabilidad del Anses. O sea, no es un
mecanismo manipulador ni voluntarista, cuida a los trabajadores pasivos
pero también a las arcas públicas. Y el incremento del 17,62% podría ser
un indicador de “confianza país” en cambio de aquel que las
calificadoras llaman “riesgo país” y que tanto daño hizo apenas una
década atrás.
También fue una cuota de oxígeno registrar que el Banco Central se
transforma en una “calificadora de oportunidades” para créditos Pyme.
Basta ver como tanto los bancos Nación, Provincia de Buenos Aires o
Credicoop, entre otros, ven incrementar sus carteras en ese segmento. Es
que el crecimiento de la demanda no es sólo el consumo sino también la
inversión, cuya tasa creció a niveles altísimos para la pobre Argentina,
y también algo de aumento en exportaciones no tradicionales.
Cuando tenga la tierra. Trazar una estrategia no parece ser algo
sencillo. Además de un rumbo deseable y posible, se necesita la fuerza y
los recursos para ir logrando metas que vayan en la dirección deseada.
No son todas rosas en el escenario argentino. La nefasta etapa
neoliberal no contó con los precios internacionales de productos
primarios de estos años. Una elite empresarial, mezcla de sociedades
anónimas y fondos fiduciarios con resquicios para pagar menos impuestos
se entrecruzan con las grandes multinacional granarias (ya no son sólo
cerealeras) y químicas. El nivel de concentración de la propiedad es
altísimo. Por un lado, por el control de las granarias sobre las
exportaciones. Por el otro, las químicas manejan las innovaciones
tecnológicas que condicionan la rentabilidad y llevan los negocios. Así
como la Generación del ’80 decía con orgullo que habían expandido la
frontera agropecuaria cuando habían destrozado comunidades enteras,
ahora hay provincias, sobre todo en el norte, que quedaron desmontadas y
sus pobladores rurales quedaron sin tierras y engrosando pequeñas
ciudades aledañas o bordeando sus capitales. Chaco, Formosa, Santiago,
Salta y Jujuy se encontraron con que la resistencia de la soja a las
altas temperaturas y menos irrigación, convertían los montes en negocio
sojero. La descripción de este fenómeno se hizo, en los últimos años,
infinidad de veces. Las políticas para amortiguar estos impactos no son
muchas y no frenan los cambios devastadores que provoca esta renovada
inserción argentina en el mercado mundial de alimentos, básicamente con
forrajeras y aceites. Es difícil pensar que el Estado va a renunciar a
los grandes recursos que proporcionan las exportaciones primarias. Es
infantil pensar que un proceso de desarrollo industrial con cierta
autonomía se puede hacer en poco tiempo. Aún con las grandes
alternativas que puede dar un mercado latinoamericano más integrado.
Ahora bien, una estrategia de cambio no puede dejar de preguntarse
algunas cosas más a las mencionadas. La primera es qué pasa con los
–pocos– pobladores rurales que quedan y con los –no pocos– que no son
rurales pero que viven de negocios de la tierra. Además de limitar la
extranjerización de la tierra no debería estar más en la agenda pública
este asunto. Pregunta: así como Famatina puso en evidencia el rechazo al
modelo de minería a cielo abierto de amplios sectores (hay encuestas
que indican un descrédito generalizado de esa modalidad), cuánto se sabe
respecto de las organizaciones nucleadas en Canpo (Corriente Agraria
Nacional y Popular) y de los movimientos campesinos de las provincias
norteñas. Sí se sabe, y es importante, que las cooperativas de
productores nucleados en Coninagro y también en Federación Agraria
(aunque su presidente Eduardo Buzzi quiere mantener distancia del
gobierno) logran más participación, con apoyo oficial, y que no todos
sus negocios son de soja o girasol. Sin embargo, la locomotora está
compuesta por estos últimos productos.
El segundo tema que merece una mirada realista es cómo se puede
modificar el negocio de la soja. Como todo precio cartelizado y ligado
al comportamiento financiero, esta es una variable imprevisible. La
historia argentina está marcada por los vaivenes en la materia. Además,
esa historia estuvo marcada por las transformaciones de la producción en
función de la división internacional del trabajo impuesta por Gran
Bretaña y por las innovaciones técnicas. Así, el tasajo empezaba a
declinar justo cuando alumbraba la Constitución de 1853. El cuero vacuno
cedió terreno ante las lanas. El enfriado tuvo por un tiempo la carne
ovina en un lugar importante. El ganado bovino, un tiempo, se exportaba
en pie. Luego las ovejas fueron a la Patagonia. Después llegó el trigo.
En menos de 50 años hubo muchos cambios. Eso sí, con la misma matriz de
propiedad. Sin ninguna posibilidad de desarrollar industrias genuinas.
Debería tomarse conciencia de que la soja no es para siempre. Incluso
que la soja cambia. Las nuevas semillas transgénicas pueden ser capaces
de resistir los fríos y no sólo los calores. Incluso pueden aparecer
otros países con ventajas comparativas iguales o mejores que las de
Brasil y la Argentina. Los secretos tecnológicos y comerciales están en
manos de las grandes multinacionales. Ya tienen productos alternativos a
los regímenes de riego artificial, que a su vez fueron alternativos a
los de lluvias y utilización de los ríos. Por de pronto, el Plan
Estratégico Agroalimentario anunciado por Cristina en septiembre pasado
es el resultado de la participación de las carreras universitarias, el
Inta, organizaciones de productores y de diversos sectores involucrados.
Es una buena noticia. Curiosamente, una noticia destratada por los
medios especializados y los suplementos de los grandes diarios. Pero eso
debería ser un llamado de atención. Los medios públicos no le dan
espacio significativo a esto. Tampoco los periódicos que acompañan la
transformación argentina. Es un error. Quizá porque la militancia no
está consustanciada con esto y debería reflexionar al respecto. Quizá
porque los temas a debatir puedan desenterrar muchas cuestiones a las
que algunos les temen. Pero energía, alimentos, forrajes, finanzas y
comercio internacional están estrechamente vinculados y estrictamente
concentrados en pocas manos. En el mundo. Y los procesos de cambio
necesitan de conocimiento. Para que las estrategias se hagan, y se