Katz coincidió con Nuria Chichizola, licenciada en nutrición e
investigadora del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía
Alimentaria (CEPEA), en que participar de las tradicionales comidas de
Navidad y Año Nuevo no necesariamente implica romper con una dieta
hipocalórica para aquellas personas que la vinieron siguiendo durante
todo el año.
“El menú típico que usamos los argentinos para las
fiestas viene de la cultura de los países nórdicos, donde las
temperaturas son bajas y usan alimentos calóricos como nueces, budines y
garrapiñadas, helados que son fuentes de azúcares simples, y las carnes
que aportan ácidos grasos saturados”, dijo Chichizola.
Para
bajar el número de calorías, la especialista recomendó “usar cortes
magros como el peceto o el lomo, reemplazar las carnes rojas por pescado
fresco, la ensalada rusa por una de verduras frescas de estación y los
aderezos como la mayonesa, o el queso, por un queso untable descremado”.
En
cuanto a los postres, a los tradicionales helados, budines, pan dulce y
turrones “se puede agregar uno que sea a base de frutas, como ensalada
de frutas o tarta de frutas”.
Sobre las bebidas alcohólicas, Katz
advirtió que “en general la gente tiene en cuenta las calorías de la
comida, pero no las del alcohol, y hay quien deja de comer y toma sólo
alcohol” sin tener en cuenta que “todas las calorías cuentan”.
Para Chichizola, “lo ideal es no más de una copa de vino y no más de una de champangne”.
Katz,
hizo hincapié, además, en la importancia de “la planificación” de la
comida, lo que implica “ser un buen arquitecto” en cuanto a cantidad y
calidad.
“El secreto es que la alimentación no empieza en la
boca, sino en la planificación: cuando decidimos qué vamos a hacer y
cuánta cantidad, porque la gente no engorda por comer sino por comer
mucho”, dijo, y añadió que uno de los factores que más incide para el
consumo moderado de alimentos es “el entorno”.
“Hoy se está
trabajando mucho desde la neurociencia en la arquitectura de las
decisiones que tiene que ver con la economía comportamental: tengo que
diseñar un entorno donde la decisión saludable sea más fácil de tomar
que la menos saludable; esto es lo que se conoce paternalismo asimétrico
o libertario”, explicó.
Un entorno propicio es, entre otras
cosas, el que ofrece una cantidad de comida no excesiva. “Yo tengo que
saber cuántos somos y no cocinar para que quede para el otro día, porque
el humano es un mono completador diseñado para comer todo lo que ve
para cuando no haya. Tengo que ser un buen arquitecto porque elegir un
menú para las fiestas es un acto de enorme responsabilidad social,
porque soy responsable de la salud de mis comensales al menos por una
noche”, sostuvo.
En cuanto a la conducta en la mesa, Chichizola
explicó que “lo ideal es que uno se sirva en un plato todo lo que va a
comer, así uno tiene un control”, y no repetir.
En cuanto a los
hábitos de las horas previas a las cenas de Navidad y Año Nuevo, ambas
especialistas coincidieron en que no hay que eliminar comidas para
compensar los excesos de la noche porque “las deudas de hambre se pagan
en comida”.
Además del aumento de peso, el otro riesgo que
representan las comidas de fin de año son las indigestiones o
intoxicaciones, ya sea por exceso en el consumo o por alimentos en mal
estado.
“Generalmente después de la cena, muchas veces por estos
mismos excesos, hay malestares estomacales, digestivos o dolor de
cabeza”, detalló, y las personas epilépticas, hipertensas o diabéticas
pueden tener crisis “ocasionados por el consumo excesivo, pero también
por una mala manipulación de los alimentos”.
“Lo recomendable, es
no dejar más de 2 horas los alimentos fuera de la heladera, no hacer
mayonesas caseras y no comprar quesos y fiambres en la calle o de dudosa
procedencia”, advirtió.
Y concluyó que, “en general, no hay
alimentos que no se deberían consumir, si uno tiene buenas prácticas de
manufactura como no usar la misma tabla que se usó para la carne, para
cortar la verdura que uno va a consumir cruda”.