Netanyahu, de 65 años, es considerado por la derecha como un tenaz
defensor de Israel y por la izquierda como el hombre que hace imposible
la paz, teniendo en cuenta que "derecha" e "izquierda" en Israel son
conceptos muchísimo menos relativos al plano económico y social que a la
posición frente al conflicto con los palestinos.
En esencia, el
premier saliente, apodado "Bibi", y su partido Likud representan -pese a
algunos y ambiguos amagues ideológicos- la continuidad de la ocupación y
colonización de Cisjordania y Jerusalén este, territorios capturados
por Israel en una guerra en 1967 y donde los palestinos quieren
establecer su futuro Estado.
No sólo los palestinos y la
comunidad internacional, incluyendo a Argentina, se oponen a esa
política, sino que también muchos israelíes la ven, con suma angustia,
como la perdición del sionismo a través de la creación, de facto, de un
Estado no judío sino binacional, donde la mitad de la población es
árabe.
Con el proceso de paz estancado, Israel crecientemente
aislado en la escena internacional y su economía marcada por el alto
costo de vida y el exorbitante valor de la vivienda, no es raro que
vayan ganando terreno opiniones como la Asael Segal, un votante aún
indeciso que clama que "ya es hora de mandar a Bibi a su casa".
"Cualquiera
menos Bibi. Tantos años en el gobierno y nada se ha movido. Con los
palestinos, ningún diálogo. Los alquileres, cada vez más caros. Basta.
Cualquiera menos él", dijo Segal a Télam mientras manejaba su taxi por
las sinuosas y onduladas calles de Jerusalén, entre las típicas casas
con paredes hechas de piedra.
Siendo Israel una democracia
parlamentaria, se necesitan 61 de los 120 escaños del Parlamento,
llamado Knesset, para formar gobierno, algo que históricamente se logra
armando una coalición entre los partidos más votados y fuerzas menores.
Si
la agrupación más votada no lo consigue, entonces lo intenta aquella
que salió segunda. Por lo general, si fracasa también esta nueva
tentativa, se convocan nuevas elecciones.
Los últimos sondeos
para los comicios del martes 17 pronostican una victoria del partido de
centro Campo Sionista, del líder laborista Isaac Herzog y la ex
canciller Tzipi Livni, con unas 24 bancas, tres más que las alrededor de
21 que obtendría el Likud.
Para Amira, una empleada bancaria de
49 años, la coalición de Herzog y Livni representa la mejor opción, "la
más confiable para ocuparse de los problemas del país".
"Me
preocupan mis hijos, que puedan tener una buena vida acá en Israel,
vivir bien económicamente y poder criar una familia y pagarse un
departamento sin la ayuda de sus padres, como hizo mi generación", dijo a
Télam mientras disfrutaba de un diáfano sábado, el feriado en Israel,
en la plaza Habima, en el centro de Tel Aviv.
"También me
preocupa el conflicto (con los palestinos), y Bibi sólo nos traerá un
conflicto aún más profundo. No le veo una solución en el futuro
inmediato ni creo que esté sólo en nuestras manos. Es un problema
mundial y regional, pero ciertamente con Herzog y Livni estaremos más
cerca de resolverlo", agregó.
En la misma plaza Habima, Michael,
un histórico votante del partido de centroizquierda Meretz, juega al
fútbol con su pequeño hijo, un "fan de Messi", según dijo.
Para él, "ha llegado la hora de la verdad para Netanyahu".
"Si el Likud sale primero, se terminó todo. Bibi forma gobierno así", afirmó, haciendo chasquear sus dedos.
Michael,
de 42 años, se mostró "muy preocupado" por la posibilidad, según
muestran los sondeos, de que Meretz quede fuera de la Knesset por
primera vez desde la elección de 1996, la primera de la cual participó
tras su fundación, en 1992.
"Estuve pensando votar por 'Buzi'
Herzog. Pero decidí no hacerlo porque quiero que Meretz entre a la
coalición (de gobierno) y estoy convencido de que Herzog se beneficiará
más de un Meretz fuerte que de uno débil, o de un Meretz inexistente",
subrayó.
En las elecciones de 2013, Netanyahu y sus aliados
naturales -pequeñas fuerzas nacionalistas y religiosas- lograron sumar
61 escaños. Con esa ventaja, "Bibi" consiguió atraer al gobierno a los
partidos centristas de Livni, una antigua militante del Likud, y del ex
conductor de TV y presentador de noticias Yair Lapid.
Esto le dio
a su gobierno un carácter menos derechista, evitando enajenarse el
apoyo de medio país y gran parte del mundo, pero también le causó
estancamiento y lo volvió disfuncional.
Las contradicciones se
hicieron inmanejables en diciembre pasado, Netanyahu echó a Lapid de la
cartera de Finanzas y a Livni de la Justicia y se convocaron las
elecciones anticipadas del próximo martes.
Ahora, los bloques han
vuelto a un alineamiento más tradicional, con Netanyahu confiando en
sus clásicos aliados y Herzog y Livni en una casi segura alianza con
Yesh Atid, la fuerza de Lapid, y, aunque menos probable y por distintos
motivos, con la nueva agrupación de derecha Kulanu e incluso con los
religiosos del Shas.
La suerte está echada y el resultado es
impredecible. Pese a las crecientes críticas, Netanyahu todavía cuenta
con el apoyo de muchos.
"Voy a votar por Bibi. Necesitamos una
política exterior firme. Estamos rodeados de países árabes y, pese a que
quiero la paz, creo que, por ser judíos, los árabes nunca nos
aceptarán", dijo Itamar Abrevaya, un israelí de 31 años.
"Es algo
que está muy arraigado en su cultura y religión. Incluso si les cedemos
tierras, a lo cual me opongo, en el futuro encontrarán algún otro
motivo para hacernos la guerra", añadió.