Además, el saldo de víctimas fatales incluye a 700 oficiales y agentes
de la Policía y de las Fuerzas Armadas, según citó la agencia de
noticias EFE.
El informe, que no da ningún detalle sobre los cien
muertos restantes, sí especificó que de los 1.250 víctimas islamistas,
750 murieron durante los masivos desalojos policiales del 14 de agosto
de 2013 que pusieron fin a los campamentos populares de los opositores
que pedían en las calles la restitución del presidente democráticamente
electo.
En 2012 y con el apoyo principal de la Hermandad
Musulmana, una organización que había estado durante décadas sumida en
la clandestinidad, Mursi ganó las primeras elecciones democráticas de
Egipto, apenas un año después del derrocamiento de Hosni Mubarak.
Un
año después de la asunción de Mursi, el Ejército, que había sido leal a
Mubarak, derrocó al presidente islamista, apoyado por manifestaciones
multitudinarias que pedían detener la islamización del Estado.
Con
el respaldo de millones de ciudadanos, el gobierno de facto
inmediatamente impuso un nuevo régimen autoritario, en el que toda la
oposición fue reprimida y perseguida judicialmente.
Durante los
primeros meses del gobierno de facto mató a más de mil opositores
islamistas y encerró a otro tanto. Más tarde completó la supresión de
las voces disidentes en la calle imponiendo una ley que prohíbe
cualquier manifestación y protesta que no haya sido previamente aprobada
por el gobierno.
Esta ley golpeó el poco poder de movilización que le quedaba a la
Hermandad
Musulmana y también a los movimientos de izquierda y laicos que en
principio apoyaron el golpe de 2013, pero que finalmente comenzaron a
denunciar a las nuevas autoridades civiles y militares.
En medio
de este clima, Abdel Fatah al Sisi, el jefe del Ejército que encabezó el
golpe de Estado contra Mursi, fue electo presidente en unos comicios
marcados por la escasez de candidatos y una gran apatía.
Legitimado
en las urnas, Al Sisi calificó a la Hermandad Musulmana como una
organización terrorista y como la mayor amenaza para la seguridad del
país.
El informe del Consejo Nacional de Derechos Humanos hizo
una mención tangencial a la masiva persecución judicial que sufrieron y
sufren miles de opositores, islamistas y laicos, al pedir a las
autoridades del país que modifiquen el Código Penal para reducir el
número de delitos que son pasibles de ser penados con la muerte.
Cientos
de personas, la mayoría de ellas opositores islamistas acusados de
"terroristas", ya fueron condenas a pena de muerte en el último año en
Egipto en masivos juicios, cuestionados por organizaciones de derechos
humanos locales e internacionales.
El propio Mursi fue condenado a
muerte de forma provisional a mediados de este mes por el caso de la
fuga de una cárcel durante el levantamiento popular de 2011, que derrocó
al entonces mandatario Mubarak.
La pena debe ser confirmada el
próximo martes, sin embargo, organizaciones civiles y de derechos
humanos locales e internacionales han denunciado como parcial e injusto
al proceso judicial contra el presidente derrocado.
Otra prueba
que presenta el informe sobre la actual política sistemática de
persecución política que impulsa el gobierno del ex general golpista
devenido en presidente civil es que las cárceles del país superan en un
160% su capacidad y las comisarías en un 300%.