El proyecto, que coordina el trabajo de instructores, veterinarios,
psicólogos, asistentes sociales y que en Argentina se implementa desde
2010 en tres unidades penitenciarias de la provincia de Buenos Aires,
demostró una reiterancia del 0.012 por ciento de los internos que
formaron parte.
Por eso, a raíz de los resultados auspiciosos del
proyecto, entre los objetivos para este año se encuentra la ampliación
de Huellas de Esperanza al módulo de internas transgénero y otro de
internos mayores de alta conflictividad.
"Ele" es de Indonesia y
maneja un castellano austero que aprendió en las clases de idioma en la
Unidad 31 de Ezeiza que también incluye internas angloparlantes. Para
ella, el adiestramiento de perros significó la posibilidad de "ahuyentar
pensamientos negativos utilizando el tiempo en algo bueno para otra
persona".
A "Ge", que es oriunda de Italia, "Huellas de
esperanza" la ayudó a templar el carácter: "Siempre fui una persona muy
cerrada, no hablaba con nadie y trabajar con animales, adiestradores y
psicólogos me ayudó a interactuar con otra gente. Cuando salga espero
poder hacer algo con todas las cosas que aprendí".
Precisamente,
Cepeda reconoce en el proyecto una herramienta extra para aquellos
reclusos que tienen a sus familiares a miles de kilómetros de distancia.
"Son
personas que no reciben visitas -explicó- que no tienen contacto con
afectos cercanos y los perros les permiten dar y recibir cariño,
ocuparse; además de trabajar con los beneficiarios que vienen de afuera y
eso les permite vincularse".
Además, el entrenamiento no se
agota en enseñarle al animal a cerrar y abrir puertas, cajones,
heladeras; levantar objetos del suelo; prender y apagar luces, sacar
prendas de vestir, sino que incluye un trabajo interdisciplinario y
junto a otros reclusos en el cuidado del perro.
"Para alguien que
está privado de su libertad significa dedicar tiempo para un tercero,
sentirse útil y ganar una herramienta para el día de mañana, una posible
salida laboral. Es ayudarlos a entusiasmarse en algo que desconocían",
apuntó Cepeda.
Patricia es la madre de Milagros, una niña de seis
años que padece una encefalopatía crónica no evolutiva y afirma que la
llegada de Adán, un labrador entrenado por internas de la Unidad 31 de
Ezeiza "cambió por completo la vida a su hija".
"Ella no se
animaba a caminar sola, jamas me había soltado la mano y el primer día
que llego el perro lo agarro de la correa y se largo como si lo hubiera
hecho toda la vida. Fue impresionante", contó.
Algo similar le
sucedió a Lorena, una joven en silla de ruedas que fue la primera
beneficiaria del programa: "Ella le abre las puertas, le enciende la
luz, le alcanza botellas de agua de la heladera y la protege cuando se
queda sola en casa", explicó su madre.
"Es importante humanizar
los establecimientos carcelarios -indicó Cepeda-. Nosotros solo
aparecemos en los diarios cuando hay una fuga o llegan casos mediáticos,
pero la realidad es que a 300 metros de todo eso también hay gente que
trabaja para devolverle a la sociedad algo bueno".