La derecha regional que en el pasado avaló dictaduras militares en todo
el continente y se valió de las fuerzas armadas para tomar el poder,
además se movilizó en las calles para lograr sus propósitos
desestabilizadores. Utilizó una herramienta de lucha de los populismos
que cuestiona, porque sabe que ahí se puede definir el destino de un
país.
El
argumento que siempre agitó o pregonó es variopinto: la corrupción, el
fraude, el chavismo o la defensa de una sociedad occidental y cristiana
en una cruzada de la fe, con reminiscencias de la conquista española,
por la cruz y la espada. Se apoyó en el fantasma del comunismo como en
la peor época de la Guerra Fría. Esa batería oculta su verdadero
propósito. No renunciar jamás a sus beneficios, que son muchos.
Sostenerse en la condición de clase que representa, por la que se siente
legitimada a estar siempre en el gobierno, muy cerca de él o
condicionándolo. Su objetivo es conocido: asediar a los procesos
populares, tutelar las democracias y que el control remoto de esas
democracias se ejerza desde Estados Unidos y organismos supranacionales
que jamás se someterían a ningún mecanismo pluralista de supervisión.
“El
golpe de Estado se ha consumado”, declaró el vicepresidente Álvaro
García Linera. La vigilia en La Paz y El Alto, el conglomerado urbano
más importante del estado plurinacional, había sido violenta, tensa y un
campo fértil para que el conflicto se desmadre. En buena medida, los
militantes del MAS, el partido del gobierno que respaldan al presidente
Evo Morales, jugaron casi todas sus fichas ahí, entre 3.600 y 4.000
metros de altura. Ahora no la tendrán fácil con el presidente fuera del
gobierno, con una policía nacional amotinada y los militares que vieron
cumplido su propósito de pedirle la renuncia al presidente. Se la exigió
hoy Williams Kaliman, el comandante de las Fuerzas Armadas.
La
pretensión del líder cruceño Luis Fernando Camacho de entregarle una
carta a Evo para pedirle que renuncie, sin más representatividad que la
de un núcleo duro de golpistas de su departamento en Oriente, había
tensado la situación al máximo. Se presentó en la Casa de Gobierno, y
ante la ausencia de Evo colocó su escrito sobre una biblia y la bandera
boliviana arrodillándose en el piso. Como un cruzado que entró a
Jerusalén. Lanzado a La Paz como Juan Guaidó en Venezuela cuando ganó la
calle y tuvo que recular, el abogado boliviano es el mascarón de proa
de una oposición que no disimula lo que hará cuando gobierne. Camacho
citó en público a Pablo Escobar como sinónimo de lo que debería hacerse
en Bolivia – sugirió anotar en una libreta a los traidores al estilo del
narcotraficante – y corrió a Carlos Mesa, el principal candidato
presidencial opositor, del escenario combustible que se está armando en
el país. Ahora es él un primer actor.
Biografía de Luis Fernando Camacho
El
cruceño es hijo de José Luis Camacho Parada, quién también dirigió al
Frente Cívico en la década de los ochenta. En 1981 organizó el primer
paro de carácter departamental en la historia de esa institución,
exigiendo que no se concretara el Proyecto azucarero de San Buena
Ventura, en el norte de La Paz. Supuestamente afectaba a Santa Cruz.
Como su padre, que intentaba imponerle condiciones a un departamento que
no es el suyo -Bolivia tiene nueve, Luis Fernando le dio el primer
ultimátum de 48 horas al presidente legítimo para que abandonara la Casa
del Pueblo, la nueva sede del gobierno en la capital. Además forma
parte de Los Caballeros del Oriente, una de las dos grandes logias de
Santa Cruz, el bastión de la derecha más radicalizada.