Por un lado, la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, bastión de la
oposición a Morales, a unos 855 kilómetros al sureste de la capital,
amaneció con el fin del llamado "paro cívico" y una vuelta gradual a la
cotidianeidad tras las protestas de las últimas semanas.
Por otro, el
intento de Áñez, que hoy removió a la cúpula de las Fuerzas Armadas y
tomó juramento a los nuevos jefes militares, en un acto que incluyó un
crucifijo y dos cirios junto a la Constitución, se vio frustrado por la
muchedumbre que bajó desde la vecina El Alto y fue violentamente
reprimida en las calles de El Alto, primero, y de La Paz, después.
Desde
temprano, en La Ceja, el corazón de El Alto atravesado por la autopista
que la comunica con La Paz, miles de docentes de las seccionales del
magisterio rural del departamento y miembros de las juntas vecinales
empezaron a concentrarse para marchar juntos, otra vez, hasta el centro
de la capital.
Embanderados con la whipala, el símbolo que representa
a 36 etnias de los pueblos indígenas y que fue atacado -incendiada,
cortada, arrastrada- por sectores acomodados, salieron nuevamente a las
calles y bajaron hasta La Paz para evitar que "el país otra vez sea
gobernado por el racismo".
"Acá no somos evistas ni masistas; hay
gente que votó por Evo, otros no; eso no es lo importante, acá lo
importante es que nos han discriminado mucho en el pasado, a los que
ganamos el pan día a día, y no queremos tener otro gobierno racista", le
dijo a Télam Celia Artiaga, un ama de casa de 52 años de El Alto, que,
contó, no suele salir a marchar.
Ni bien escucharon que Artiaga está
denunciando lo que pasó en los últimos días y su rechazo a Áñez, decenas
de manifestantes se acercaron y comenzaron a gritar sus verdades todos a
la vez.