Las palabras de Alberto Fernández en la apertura del encuentro regional que tiene lugar en Santo Domingo, República Dominicana.
Jefes y Jefas de Estado y de Gobierno de Iberoamérica, Representantes de los Estados Miembros, Queridos amigos y amigas: “Hacia una Iberoamérica justa y sostenible”.
Ese es el objetivo que hoy nos convoca. Siendo América Latina el
continente más desigual del mundo, semejante propósito asoma ante
nosotros como un desafío muy difícil. Si advertimos además que lo justo
y sostenible que buscamos debe ser alcanzado en un tiempo en el que la
humanidad aún se repone de los efectos de una pandemia, en el que el
mundo central se enreda en una guerra inexplicable que altera la
economía global, en el que crujen los cimientos del sistema financiero
internacional y en el que el clima observa cambios que anegan o secan
territorios vitales para la humanidad, entonces la dimensión del
objetivo se vuelve gigantesca. No vengo a sembrar desánimo entre
nosotros. En todo caso destaco el escenario que enfrentamos reclamando
el coraje y la convicción transformadora que hace falta para que “lo
justo y sostenible” en Iberoamérica sea una realidad y no sea solo parte
de la retórica discursiva de este encuentro.
La globalización
está en crisis. Asistimos a una revisión de las lógicas que le dieron
vida. Ahora sabemos que aquella “Gran Aldea” nunca nació y que solo se
construyeron “barrios centrales” que concentran los recursos financieros
del mundo y “barrios marginales” que en el sur del mundo hacen ingentes
esfuerzos en la búsqueda de un desarrollo que nunca parece llegar. La
globalización otra vez se muestra frágil. El capitalismo financiero hace
temblar la economía cuando otra de sus burbujas cargadas de
especulación explota inesperadamente. El mundo central que pasivamente
deja inflar esas burbujas, corre en socorro del “sistema” ante la
explosión para que el efecto dominó que ya vivimos hace quince años no
vuelva a asomar. A esta altura de los acontecimientos, con tanta
concentración, con tanto juego especulativo, ya deberíamos entender que
al sistema financiero actual no hay que socorrerlo más. Debemos
cambiarlo drásticamente.
La globalización expresa también un tiempo
de revisión en su faz comercial. La clara irrupción de China en el
mercado mundial ha generado dos efectos contundentes. El primero, es una
relocalización de las industrias en sus lugares de origen. La búsqueda
de mano de obra barata solo deparó demandas y crisis sociales. El
segundo, es el fortalecimiento de los bloques regionales. Las naciones,
unidas en bloques, han logrado potenciar sus recursos y generar un mejor
marco de desarrollo social. Nuestra América, en los años en los que
Donald Trump gobernó en los Estados Unidos, sufrió un proceso de
desintegración regional tremendo. La UNASUR fue desvaneciéndose a medida
que sus miembros se desvinculaban cumpliendo mandatos impuestos por
aquel gobierno republicano. Hasta la OEA quedó al servicio de ese
objetivo desintegrador convalidando un golpe de Estado en Bolivia.
Si
queremos una Iberoamérica justa y sostenible, el primer paso que
debemos dar es restablecer la unidad. Una unidad que no permita que se
prolonguen bloqueos económicos que afectan a pueblos de la región. Una
unidad necesaria para preservar intereses comunes en la que debemos
respetar la diversidad ideológica en democracias fuertes donde los
derechos humanos sean respetados.
En un tiempo tan difícil como el
que atravesamos, signado por un descontento social en el que encuentran
eco los discursos del odio que castigan las democracias, estamos
moralmente obligados a unir esfuerzos. Somos todos pasajeros de un mismo
barco. Tenemos pues un destino común que nos convoca. “Nadie se salva
solo”, nos diría Francisco.
La unidad de la región es una necesidad
política. Una condición necesaria para alcanzar nuestros sueños. La
justicia social es un imperativo ético que la hora nos impone.
Debemos
reconstruir la solidaridad en la región. Consolidar sociedades que a
todos amparen y no promuevan la cultura del descarte. La inclusión
efectiva genera empleo, consolida el mercado interno y abre
posibilidades al comercio internacional. Todos sabemos que no hay
inclusión efectiva sin políticas públicas de inversión social en
seguridad alimentaria, educación, desarrollo cinetífico y tecnológico,
infraestructura y salud.
Deseo que salgamos de aquí con ideas
renovadas que favorezcan la construcción de la unidad regional que
consolide la equidad social basándose en el desarrollo sostenible.
Somos
integracionistas por identidad. En 1991 fundamos el MERCOSUR que sigue
vigente a pesar de los problemas que enfrenta. Ha perdurado por la
convivencia entre gobiernos de distintos signos políticos. Hoy ejercemos
su presidencia pro tempore.
El pasado 24 de enero, culminó nuestro
mandato al frente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC), un mecanismo de diálogo y concertación política del
cual participan todos los países que integran nuestra geografía común.
Tanto la CELAC como la Cumbre Iberoamericana proveen marcos adecuados
para pensar soluciones desde el multilateralismo y para intercambiar
experiencias que involucren al conjunto de Iberoamérica y el Caribe.
Si
la desigualdad mata, el individualismo y la falta de integración nos
posterga y empobrece. Debemos continuar trabajando para fortalecer los
lazos entre todos los espacios de integración en un marco que preserve
la institucionalidad del Estado de Derecho y respete los derechos
humanos. No hay solución desde el aislamiento.
Debemos ser creativos y
plantear modelos innovadores que propicien el fortalecimiento de las
economías en función de las capacidades de nuestros países.
En
materia de seguridad alimentaria y transición energética, la mejora de
los niveles de productividad, así como la integración de las cadenas
logísticas y de valor, deben incorporar la discusión sobre la inversión y
la transferencia de tecnología como palancas del fortalecimiento del
sistema alimentario y energético global.
Proyectos como el desarrollo
del litio, el hidrógeno verde, la agricultura familiar y los avances en
ciencia, tecnología e innovación requieren un esfuerzo de cooperación
importante. El destino deseado no es un regreso al pasado. Tenemos
materias primas que debemos ser capaces de industrializarlas para que
nuestras exportaciones se potencien.
Debemos vincular las cadenas
regionales de valor e identificar nuevas cadenas de suministros seguras.
En este campo, América Latina y el Caribe presentan un activo y una
oportunidad ante el mundo.
La búsqueda de esos objetivos nos obliga a
transitar un camino colmado de obstáculos. Asistimos a un escenario
internacional caracterizado por elevados e insostenibles niveles de
endeudamiento que condicionan el crecimiento de nuestros países. Las
tasas y sobrecargos que el Fondo Monetario Internacional impone a países
endeudados resultan abusivos. Esa realidad colisiona con esa
arquitectura financiera internacional que antes cuestioné.
Es
necesario acrecentar la transparencia de las instituciones financieras
internacionales y abogar por un mayor acceso a facilidades crediticias, a
fin de impulsar el crecimiento y el desarrollo antes de que la
especulación.
Asistimos también a una amenaza creciente. La crisis
climática pone en crisis la vida de nuestros pueblos y el desarrollo de
nuestras economías.
El Caribe se ve expuesto al avance de las aguas
del mar mientras soporta huracanes inclementes. El resto de América
Latina también sufre. Hoy golpea a la Argentina una sequía histórica que
compromete a productores, impacta sobre el valor de los alimentos y
restringe recursos financieros esenciales para la recuperación económica
y de ingresos de nuestra gente.
La Argentina se encuentra
profundamente comprometida con la implementación del Acuerdo de París.
Avanzamos en la transición hacia energías renovables, la adopción de
energías limpias para la reducción de las emisiones, así como la
erradicación de la deforestación ilegal y la restauración de los
ecosistemas.
Para alcanzar tal cometido a nivel global, la
arquitectura de financiamiento climático multilateral debe ser justa,
transparente y equitativa, basada en el principio de responsabilidades
comunes pero diferenciadas.
La situación global que nos tocó vivir
durante la pandemia puso de manifiesto que resulta esencial seguir
promoviendo la transformación digital de nuestros pueblos. Esta
transformación y la velocidad a la cual se desarrolle dependen en gran
medida del avance que se logre en reducir al máximo las brechas
digitales. Esto conlleva un gran esfuerzo para encauzar las políticas
públicas hacia aquellos sectores en situación de vulnerabilidad que
requieren acciones inmediatas.
Deseo agradecer a los Jefes de Estado y
de Gobierno de los países iberoamericanos y a los Representantes de los
Estados Miembros, por el Comunicado Especial sobre la Cuestión de las
Islas Malvinas. Agradecemos profundamente el permanente respaldo al
llamado a la reanudación de las negociaciones bilaterales con el Reino
Unido conforme las resoluciones de Naciones Unidas y otros foros
internacionales.
Vaya el más profundo agradecimiento a la hermana
República Dominicana por los esfuerzos en la organización de esta
Vigésimo Octava Cumbre Iberoamericana y por la hospitalidad con que nos
recibe hoy.
Este diálogo que proponemos es el que facilitará la
construcción de los consensos necesarios que nos permitirán seguir
avanzando en proyectos conjuntos y mejorando la calidad de vida de
nuestros pueblos.
La integración y la igualdad son nuestros
objetivos. Consolidar la región y dejar de conectarnos con el resto del
mundo desde la individualidad, va a hacernos más fuertes a la hora de
negociar nuestros intereses comunes. No debemos demorarnos más. Cada día
que nos encuentra distanciados, representa energía que se pierde y
necesidades que quedan insatisfechas.
Hoy, sentados en rededor de
esta mesa, tomemos la decisión de unir a nuestros pueblos en pos de sus
legítimos derechos. Cuando en Argentina celebramos cuarenta años de
democracia ininterrumpida, no abramos las puertas a los detractores del
Estado de Derecho que destilan odio de sus bocas buscando desalentar a
nuestros pueblos. En este tiempo que nos ha tocado, el más difícil sin
dudas, hagámoslo posible. Unámonos para ser artífices de nuestro futuro y
para que nunca más el mundo central nos postergue en las periferias de
la decadencia.