La derecha se monta sobre los efectos de la inflación para proponer un cambio de raíz. Por: Demián Verduga @DemianVerduga. La apatía marcó el clima predominante de esta primera fase de la campaña electoral. Es la pulsión que se impone en buena parte del electorado. Si se viaja con el recuerdo al mismo bimestre julio-agosto de 2019 el contraste se vuelve contundente. El cierre de campaña de Alberto y Cristina antes de las PASO fue en Rosario, en el monumento a la bandera. Anochecía con un cielo azul eléctrico.
El monumento estaba iluminado con los colores celeste y blanco. El
viento agitaba las banderas de decenas de miles de personas que se
habían concentrado. Derrotar al macrismo era movilizador. Habían sido
cuatro años de persecución política; pérdida de poder adquisitivo de los
salarios; crecimiento del desempleo. La maquinaria del endeudamiento se
había vuelto a encender a todo vapor. Macri había hecho retroceder a la
Argentina a principios de la década de 1980, cuando los niveles de
endeudamiento externo que había dejado la dictadura eran tan grandes que
condicionaban toda la política del país. Había que derrotar ese modelo.
Ahora la pulsión predominante es cierto desinterés. Una porción de la
población cree que no se juega nada especial en este partido. El motivo
–hay que decirlo– es que un sector de los votantes que en 2019
respaldaron al entonces Frente de Todos creen que las cosas no cambiaron
demasiado. Hay muchos indicadores que rebaten esta visión: crecieron la
industria, el empleo, y la obra pública. Sin embargo, la inflación de
tres dígitos anuales es un tsunami que arrasa con lo demás.
No da lo mismo quién gane. La historia demuestra que todo puede empeorar. Los países pueden hundirse y el fondo no existe.
Ocurre
además algo distinto al 2015. En ese momento Macri se ofreció durante
los últimos cuatro meses de campaña como un postkirchnerista, un
presidente que no modificaría las bases del modelo económico y social
que habían impulsado Néstor y Cristina. Ahora la campaña se centra en
proponer un cambio de fondo. La derecha sentó las bases para que la
inflación se dispare. Dejó a la Argentina acogotada con la deuda y no
hay flujo de dólares que alcance. Ahora se monta sobre la suba de
precios para proponer dar vuelta todo. La inflación a estos niveles no
tiene un efecto sólo en el bolsillo; también impacta en la psicología.
Genera la percepción de que todo anda mal, aunque no sea así. Y cuando
todo está mal surge el plafón para imponer un cambio de raíz. Hay muchos
votantes que no escuchan el contenido concreto del supuesto cambio, se
ilusionan con que hacer borrón y cuenta nueva. Es lo que queda del
mensaje.
¿Se les ha dicho a los jubilados de modo contundente que van
a perder los remedios gratis que reciben si gana la derecha, por
ejemplo? Hay que volver a explicar que la mayoría del «gasto público»
nacional son las jubilaciones, cerca del 60%. Cualquier ajuste empezará
por ahí: por las personas que se deslomaron para construir este país y
hoy cobran una jubilación que seguramente no alcanza, pero que puede
alcanzar menos todavía. A quienes mandan a sus hijos a la escuela
pública, la mayoría de la población, hay que volver a decirles que ahí
habrá recortes. Y tendrán que gastar en educación privada o que sus
hijos reciban una educación en perores condiciones, aunque las actuales
no sean las ideales. A los trabajadores que han podido lograr buenas
paritarias hay que reiterarles que la apuesta central es bajar los
salarios.
Las propuestas de Patricia Bullrich –las de Horacio
Rodríguez Larreta también, pero con matices– son un calco de la gestión
de Macri: devaluar, bajar impuestos a los ricos, subirle las tarifas a
la mayoría de la población, pedir más dólares al Fondo. ¿Acaso va a
lograr un resultado diferente con la misma receta?
Sergio Massa ha
logrado instalarse como un buen piloto de tormenta, pero para el
oficialismo resulta difícil pedir el voto basándose en la continuidad en
esta ocasión. Al mismo tiempo, proponerse como «el cambio», siendo
gobierno, no es creíble. ¿Qué queda entonces? Seguir desnudando que la
derecha viene con las mismas fórmulas fracasadas de siempre y que, en
esta ocasión, quizás no se vote por amor sino por espanto.