No es No, para todas las corporaciones.
Recuerdo haber afirmado que los sometidos a la mugre de sus conciencias
gorilas no supieron ni pudieron ocultar su frustración y tristeza porque
la presidenta Cristina Fernández de Kirchner finalmente no tuvo cáncer y
se recupera en forma felizmente satisfactoria; pero debí reiterarlo
aquí en tanto tan sólo desde ella, de esa mugre combinada con la
permanente mala praxis profesional de los medios periodísticos
hegemónicos, puede entenderse la descarada textualidad de un tal Nelson
Castro, desde las páginas de Perfil.
No hace falta ser o haber sido médico para escribir lo que el tal Castro
viene escribiendo; sólo basta ejercer con cierta prolijidad el oficio
de reportero y apelar a una fuente especializada para interpretar y
darle carácter de noticiabilidad a los párrafos de un parte o de un
informe sobre diagnósticos, intervenciones y terapias. Pero lo que ni
siquiera un buen principiante en este oficio de la información se
animaría a hacer es, por ejemplo, afirmar que hubo “mucha gente” en el
quirófano donde operan a una jefa de Estado; ni mucho menos que esa
“gente” sin identificar luego le brinda detalles al reportero, ni que
una profesional que firma un estudio patológico más tarde se confiese
ante ese mismo fulano de prensa en un sentido contrario a lo que firmó.
No sé qué calidades atesorará el tal Castro como médico, ni se me
ocurriría poner mi cuerpo para comprobarlo; pero sí queda claro que,
como periodista, apenas si en su caso hay lugar para dos posibilidades: o
es muy malo como profesional, lo que, bueno, sería así nomás, sin que
sufra por ello demasiadas culpas; o es simplemente un mentiroso.
La mentira y las elucubraciones caprichosas son moneda corriente entre
la corporación mediática, desde hace mucho tiempo. Las han convertido en
método, y metódico es Clarín en ese sentido, para abordar una ley que
siente en carne propia y por partida doble; primero porque la norma
sancionada por el Congreso para democratizar la producción y la
comercialización del insumo básico para la prensa escrita impresa golpea
de lleno sobre la estructura de privilegios monopólicos que el grupo
construyó, al amparo de los crímenes de lesa humanidad cometidos por la
dictadura cívico-militar (Papel Prensa); y segundo porque el escenario
abierto se transforma en una herramienta en sí misma desde el punto de
vista de la ampliación democrática para el conjunto de la sociedad,
objetivo que se encuentra en las antípodas de los propósitos
corporativos.
En ese orden de cosas, la mentira Clarín de las últimas horas se expresó
ayer en un artículo supuestamente informativo que dice: “Moreno
controlará el registro de fabricantes, vendedores y compradores de papel
para diarios.” Para el diario de Héctor Magnetto los efectos de una ley
del Congreso y ajustada a la Constitución Nacional no es otra cosa que
una facultad personal de un funcionario del Ejecutivo; con esa
descalificación flagrante, el rotativo emblema de la corporación
mediática tergiversa una vez más el sentido legal y político del
principio de libertad de prensa, y a la vez apunta contra un paradigma
de gestión pública que asume el compromiso del Estado como regulador y
administrador de los bienes colectivos o de interés público.
Era mi idea original para esta semana recorrer algunos otros de los
discursos corporativos, como por ejemplo, los de las patronales del
agronegocio, cuyos dirigentes cada verano pareciera que le imploraran al
cielo de todos, que no llueva o que precipite poco, cosa de poder
presentarse en sociedad con aquella vieja aspiración de no pagar
impuestos; y seguir enriqueciéndose con caras de impasibles distraídos,
mientras conspiran con otra corporación, la de la mafia disfrazada de
sindicalismo que conduce el “Momo” Venegas al frente de los trabajadores
rurales. Muy bien aprendieron este y sus socios –los de la Mesa de
Enlace, ¿se acuerdan?– de los abogados del Grupo Clarín, para pasarles
lista a los jueces del amparo fácil y agresivo contra el Estado de
Derecho.
También tenía previstos ciertos comentarios sobre las operaciones de
prensa que vienen haciendo los sectores recientemente denunciados por el
vicepresidente en ejercicio temporario, Amado Boudou, y el ministro
Julio De Vido, como responsables de la cartelización de la energía, dato
que muy bien cubrió ayer Tiempo Argentino.
Sin embargo, resultó necesario reservar espacio para ensayar algunas
ideas provisorias sobre otros discursos que también suenan a
corporativos; y me refiero al alto índice de inflación escrita y oral
que parece registrarse desde el autodenominado campo intelectual.
Siempre enuncio desde dónde escribo, cuáles son mis recortes de agenda,
fuentes y estilos, que son las herramientas que todo el periodismo
utiliza para construir su intencionalidad o posicionamiento editorial;
por eso, antes de avanzar en las ideas que expongo, dejo en claro que,
ante la polémica que los “intelectuales” protagonizaron con intensidad
durante los últimos días, me ubico claramente cerca de Carta Abierta, al
que considero un espacio de debate y reflexión en apoyo a la
experiencia cultural, social y política iniciada por Néstor Kirchner en
mayo de 2003.
Sin embargo, han surgido signos, marcas y guiños que, considero, deben
ser subrayados, sin entrar en consideraciones acerca de lo que es y no
es un “intelectual”. Más allá de todo ello, se equivocan cuando se
proclaman algo así como titulares principales del pensamiento crítico;
que no son claros y erran al adjudicarse el carácter de creadores o
responsables sabios del lenguaje y de los relatos colectivos; que por
tanta preocupación ante el pasado y sus errores se tornan
innecesariamente herméticos; y, lo que es más grave, aunque en muchos
casos en forma involuntaria, se constituyen en una especie de entorno
con aspiraciones de participación política calificada, sin reparar que
para la República, no para la academia o el canon específico de ciertas
artes y saberes, la reflexión crítica de un “intelectual” tiene la misma
importancia, el mismo peso y el mismo carácter de necesidad que la
reflexión crítica de un plomero, de un astronauta o de un enderezador de
bananas a la vera de un puerto imaginario.
Aburren, se exceden en demostraciones eruditas, y en cierta forma
resultan obsoletos. Sobre todo, y reitero que en algunos casos en forma
involuntaria, alimentan esa suerte de maldición por la cual aún
sobrevive el concepto de que las sociedades democráticas necesitan de
corporaciones.
(*) Texto publicado hoy en Tiempo Argentino.