A más de dos años de sancionada, ¿qué pasa con la Ley de Medios?
Implementada apenas en parte, para sus mismos promotores la norma quedó enroscada en la disputa que el gobierno mantiene con el Grupo Clarín. Entre interpretaciones jurídicas y apropiaciones políticas, el año que recién comienza será clave para observar si la ley consigue superar los obstáculos y renovar su espíritu democratizador. / Por Alejandro Bellotti
Fuente: http://www.losinrocks.com/sociedad/ley-a-medias
En un pasaje de ese encomiable tratado periodístico titulado El dueño,
el notable detective Luis Majul recorre el momento exacto en el que el
jefe Kirchner –whisky en mano– le transmite a la mesa chica los
entretelones del pacto trenzado entre sus centuriones y los patrones del
Grupo Clarín (“a las dos y media de la madrugada del 18 de abril de
2007, en el bar del hotel Hilton de la isla Margarita”). Y también su
revés: cuando meses después el arreglo perpetuo es pulverizado y se
inicia la batalla por la verdad del Gran Relato. Y en el vértice de este
Final Combat, la Casa Calafate desencajonaba un reclamo que desde hacía
años venían pregonando académicos y organizaciones sociales y que
perforaría, con precisión quirúrgica, la dinámica del multimedio. Dos
años después, en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso modelo
2009, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunciaba que el
proyecto de Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual (SCA)
sería puesto a discusión en ambas cámaras. ¡Guau! Con un gobierno
desplumado por los fustazos de la gringada sojera, la oposición
fortalecida auguró un estruendoso fracaso legislativo. Sin embargo, el
kirchnerismo volvió a demostrar su disposición regenerativa. El 9 de
octubre del mismo año, las movilizaciones en sentida romería llegaron
hasta la tranquera del parlamento para acompañar la vigilia, y pasada la
medianoche, la mentada Ley de Medios obtuvo los votos necesarios para
la sanción. Pero a las puertas del tercer año de la reglamentación, las
distintas interpretaciones y apropiaciones políticas que se hacen de la
norma y los rengos ejercicios de los órganos de control parecen obturar
la total implementación de una medida que desdibuja su espíritu
democratizador inicial.
Martín Becerra, doctor en Comunicación, especialista en concentración de
medios e impulsor del marco regulatorio de la ley, explica: “Existen
tres fuerzas que obstaculizan la plena instrumentación de la norma: el
propio gobierno, la oposición y los grupos privados concentrados. Desde
luego, estos últimos se resisten a la implementación porque defienden
sus intereses. La oposición política, por su parte, boicoteó la
integración de los órganos republicanos de control de la Ley, como la
Comisión Bicameral, el Directorio de la Autoridad Federal de Servicios
de Comunicación Audiovisual (AFSCA) y el Directorio de Radio y
Televisión Argentina Sociedad del Estado. Pero el gobierno también tiene
su responsabilidad porque está obsesionado con algunos artículos de la
ley que están inspirados en la disputa con el grupo Clarín. Entonces
enfoca la aplicación de la ley traccionada por el objetivo de erosionar
el poder que tiene el grupo”. La observación derrapa en el artículo 161
de la ley, que expresa la desinversión de los conglomerados monopólicos
(como cableoperadoras, por ejemplo, no pueden superar el 35% de
abonados, y Clarín tiene más del 56%) y genera rispidez incluso entre
quienes fueron inspiradores de la medida, ya que el artículo no se
aplica (aún) a los grupos Moneta-Garfunkel, Telefónica, Ángel González,
Vila-Manzano y demás alineados con la Casa Rosada. Rápido y furioso,
Clarín movilizó los tanques y consiguió que el juez Edmundo Carbone
hiciera lugar a las medidas cautelares para postergar la aplicación del
mencionado artículo al mega-grupo, al menos hasta que la Corte Suprema
se expida. Guillermo Mastrini, docente de la UBA, investigador y uno de
los promotores de la ley, interviene: “Ése es uno de los déficit más
importantes del gobierno en materia de políticas de comunicación: si
sigue sin aplicar el artículo 161 al resto de las empresas, no será
difícil sostener que ese artículo estaba destinado sólo al grupo Clarín.
En el mismo sentido, se podría criticar el alineamiento de los medios
del estado nacional con el gobierno. La ley plantea una estructura
directiva democrática y una función social para los medios que no
corresponde con segmentos de la oferta de los medios públicos
nacionales; éstos no pueden actuar como comisarios políticos del
gobierno”.
“Ése es uno de los déficit más importantes del gobierno en materia de
políticas de comunicación: si sigue sin aplicar el artículo 161 al resto
de las empresas, no será difícil sostener que ese artículo estaba
destinado sólo al grupo Clarín. ” (Guillermo Mastrini, docente de la
UBA, investigador y uno de los promotores de la ley)
Desde 1983, setenta y tres iniciativas legislativas fueron presentadas
con intención de reemplazar el Decreto-Ley 22.285 de 1980 sobre
radiodifusión. Ninguna de ellas prosperó, por falta de fiereza política,
pero también por la presión de lobby de los grupos concentrados. En
este sentido, la decisión del gobierno actual de impulsar el proyecto de
ley 26.522 imprime un sello superador que no sólo descuartiza una ley
de la dictadura –que además quedó vieja ante los avances tecnológicos–,
sino que consiguió por primera vez delinear con trazo fino el mapa
audiovisual y poner al desnudo la conformación económica y política de
los medios de comunicación. “El principal cambio que produjo la ley es
político-cultural”, asegura Diego Jaimes, integrante del Foro Argentino
de Radios Comunitarias (FARCO). Y profundiza: “Los medios ya no son
analizados ingenuamente, se ha avanzado en conocer los intereses que
sostienen, en su calidad de actores sociales que definen lo que puede o
no debatirse. Se ha avanzado en la duda, en la pregunta sobre si lo que
se está informando es exactamente como nos lo cuentan o puede haber
otros relatos posibles. Se ha corrido un velo sobre el rol de los medios
en el debate político, quedando un poco más clara la relación entre
quienes sostienen determinada mirada sobre lo que una sociedad y un país
deben ser, y cómo los medios y los comunicadores de masas inciden en
que el pueblo y la ciudadanía adhieran o rechacen esos proyectos”.
De todos modos, y tirando al contenedor a quienes sustentan sus
proclamas en argumentaciones chiquitas, como aducir que se trata de una
ley “chavista”, las criteriosas voces disonantes del discurso cincelado
por la oficialidad coinciden en que la ley fue estrenada con gruesas
fisuras. Becerra: “Creo que las políticas de producción de contenidos
con criterio federal y por concursos que se vienen realizando son
fundamentales, pero carecen de sostenibilidad. Dependen de una
coyuntural iniciativa del gobierno y de su flujo económico. No hay una
política económica para el sector audiovisual que tenga al mismo tiempo
carácter público y estabilidad. Si mañana cambia el gobierno, y se
define otra prioridad, por decreto, buena parte de esas valiosas
iniciativas quedarán abandonadas”. Es indudable que la ley cuece las
bases de un cambio de paradigma en el olimpo de las comunicaciones
audiovisuales. Ya son protagonistas los tiempos de publicidad límite, la
transmisión equitativa de mensajes preelectorales, la aniquilación del
espantoso COMFER, la asignación de frecuencias a provincias, municipios y
universidades, la cuota de pantalla, el aliento a las producciones
nacionales. Pero todavía no se analizan con criterio las posibilidades
de financiamiento y formación de los nuevos medios, no se corrige el
desviado sectarismo de Canal 7, ni se instaura una autoridad regulatoria
activa e independiente del poder ejecutivo; mucho menos se vislumbra
una sociedad atenta al funcionamiento del sistema, que madure como
auditora, en sintonía con un idóneo tribunal de defensa de la
competencia. Era de esperar que la estructura de medios no se modificara
en un parpadeo, pero sería sensato exigir que durante este año que
comienza la ley, como todas perfectible, fortalezca su espíritu de
universalización de la comunicación. Así, el gobierno manifestaría su
interés real por un compromiso democrático, más allá de la pelea que la
hizo nacer. Cierra Mastrini: “La Ley representa un gran avance para la
radiodifusión argentina, porque está basada en principios de derechos
humanos que nos hacen ilusionar con una comunicación más democrática. La
clave para continuar el análisis es su aplicación, es ahí donde se va a
observar si el verdadero objetivo es democratizar la comunicación o
perjudicar a Clarín”.
-
La ley y el orden
Tres preguntas a Henoch Aguiar, especialista en telecomunicaciones,
asesor del gobierno de Raúl Alfonsín y ex secretario de Comunicaciones
de la Alianza.
¿Dónde debemos buscar el origen de la ley, en una intención
democratizadora de las comunicaciones o en un ataque contra el grupo
Clarín?
Ambas respuestas son verdaderas. Tomó vuelo cuando quedó sin retorno la
pelea entre el gobierno y Clarín, a fin del 2008, ya pasado el conflicto
del campo. Pero desde el año 83 muchos buscamos reemplazar la ley de la
dictadura por una norma que respete voces plurales. La ley es el fruto
del compromiso de radicales y peronistas, especialistas, académicos y
sindicalistas de medios, que nos hemos dado la mano para propiciar una
ley que impulse la convivencia democrática. Contenidos centrales fueron
propuestos desde hace 28 años. Y quedaron fuera temas clave, como el
derecho de réplica en los medios audiovisuales, o la creación de
emisoras públicas independientes, no gubernamentales. El espíritu de la
ley va más allá de la circunstancia que la hizo posible y no está aún
plenamente realizado.
¿Qué aspectos de la ley tendrían que haberse modificado?
La ley regula por igual a los medios grandes y chicos, a los que se
instalan en territorios vacíos y a los que compiten en plazas centrales.
Para contabilizar la titularidad de medios da igual tener una FM
barrial que poseer un canal en Buenos Aires. Impide formalmente la
radiodifusión a las empresas telefónicas, por presión de partidos de la
izquierda parlamentaria, pero no sabe qué hacer para la convergencia.
Establece la necesidad de audiencias públicas para crear medios, pero
deja abierta la puerta de las autorizaciones excepcionales para dar
frecuencias a los amigos del poder, éste o el que venga.
¿Es realmente el ente regulador (AFSCA) un organismo independiente del poder ejecutivo?
En el actual sistema de elección cinco miembros sobre siete responden a
la línea gubernamental. Se supone que se creó un organismo colegiado y
plural para que hubiera un debate interno y externo que refleje los
diversos puntos de vista que pueden confluir en materia audiovisual.
Hoy, la gestión del AFSCA es más parecida a la de un Ministerio que a la
de un órgano colegiado y plural.
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Ver para leer
A más de dos años de la sanción de la denominada Ley de Medios, dos
libros de reciente aparición se proponen, desde ángulos diferentes,
echar luz sobre una trama de compleja comprensión. La cocina de la ley,
impulsado por FARCO y compilado por Néstor Busso y Diego Jaimes,
contiene testimonios de los distintos actores sociales vinculados a la
elaboración de los 21 puntos –espinazo de la ley actual– enhebrados por
la Coalición por una Radiodifusión Democrática, espacio multisectorial
que desde 2004 nuclea a unas 300 organizaciones. Por otra parte, Ley
26.522 está entroncado en la vertiente técnica de la norma. Elaborado en
forma conjunta por la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación
Audiovisual (AFSCA) y la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y
distribuido por Galerna, el volumen de doscientas cincuenta páginas está
prologado por Gabriel Mariotto, presidente de la autoridad de
aplicación, y contiene artículos de algunos destacados investigadores
como Claudia Villamayor, Diego De Charras, Ernesto Lamas y Damián
Loreti, entre otros.