Los cabecitas negras: La fuerza política que trasformó la Argentina. El 17 de octubre de 1945, las mayorías populares irrumpieron en la escena política argentina. Estas multitudes racializadas, despectivamente llamadas cabecitas negras, construyeron una gesta que no solo cambió el rumbo del país, sino también su propio lugar en la historia. Por Jeremías Perez Rabasa. El 17 de octubre es una fecha clave en la historia argentina, pero pocas veces se enfatiza el componente racial que atravesó a las mayorías populares que protagonizaron esa gesta histórica. Los "cabecitas negras", un término peyorativo que denotaba racismo y clasismo, fueron los verdaderos actores del Día de la Lealtad.
A través de su organización, su fuerza y su presencia masiva en Plaza
de Mayo, transformaron no solo la política del país, sino también la
autopercepción de los sectores populares. Eran mayoritariamente
migrantes internos, hijos de campesinos y obreros, cuyas raíces
indígenas y afrodescendientes evidenciaban la composición étnica diversa
de Argentina, algo que la narrativa oficial racista y blanqueadora de
la nación había querido ignorar. Estos hombres y mujeres racializados,
desplazados desde las zonas rurales a los márgenes de la ciudad,
construyeron una identidad política en torno al peronismo, no sólo por
lo que este representaba en términos económicos, sino porque Perón
primero y posteriormente Evita, lograron conectar con su demanda de
dignidad. No se trataba únicamente de una reivindicación laboral, sino
de una lucha por el reconocimiento y la justicia, elementos
profundamente enraizados en las tensiones raciales y de clase que
marcaban la sociedad de entonces (y de ahora). El 17 de octubre no fue
solo una jornada de reivindicación política, fue la irrupción de los
marginados en la escena pública. Y aunque el término cabecita negra
buscaba denostar, esos mismos sectores lo resignificaron con orgullo. Es
fundamental reconocer que las mayorías populares que alzaron la voz ese
día eran, en gran medida, personas racializadas que demandaban un lugar
en la historia.
Hoy, al recordar esa jornada, es crucial volver a
visibilizar ese componente racial en la construcción del pueblo
peronista. La historia debe ser contada desde las periferias, desde los
márgenes, desde la piel oscura que fue empujada a la invisibilidad pero
que, un 17 de octubre, decidió que ya no podía ser ignorada. La lealtad
de aquel día no fue solo hacia Perón, fue también hacia la propia
identidad, hacia el reconocimiento como actores fundamentales en la
construcción de una Argentina más justa. El peronismo, si quiere honrar
sus orígenes y mantenerse fiel a esa gesta histórica, debe volver a esa
base de representación. Los dirigentes tienen que parecerse a su pueblo,
a esos cabecitas negras que dieron vida al movimiento. Hoy más que
nunca, necesitamos ver más negros y negras, en el amplio sentido de la
palabra, ocupando espacios de decisión y representación dentro del
movimiento. La agenda antirracista no puede ser una nota al pie; debe
estar en el centro de los debates sobre la justicia social y la dignidad
del pueblo. Solo así, el peronismo podrá seguir siendo el movimiento de
las mayorías populares racializadas que luchan por una Argentina más
justa. Porque como señala el intelectual afroargentino Federico Pita, no
hay justicia social sin justicia racial.