La homilía del arzobispo, atravesada por los llamados al diálogo y a la
unidad entre las argentinas y los argentinos, contrastó con la actitud
del Presidente que, en su ingreso al templo después de caminar desde la
Casa Rosada, le negó el saludo a la vicepresidenta Victoria Villarruel,
que había llegado al lugar por su propia cuenta, y al Jefe de Gobierno
de la ciudad, Jorge Macri. Villarruel participó de la liturgia como
representante del Poder Legislativo e informaciones periodísticas no
confirmadas indican que la invitación al acto le fue formulada
directamente por el arzobispo, con quien mantiene diálogo frecuente.
García Cuerva fue el único orador y, como lo hizo en ocasiones
anteriores, comenzó advirtiendo que sus palabras “quieren ser un aporte,
a la luz de la Palabra de Dios, para la reflexión de todos los actores
de la sociedad argentina” aún sabiendo que “luego, algunas frases puedan
ser tomadas de manera aislada para querer alimentar la fragmentación”.
A
partir de un texto del evangelio según Marcos, el arzobispo porteño
afirmó que “experimentamos que se está muriendo la fraternidad” en la
Argentina, “se está muriendo la tolerancia y el respeto; y si se mueren
esos valores, se muere un poco el futuro, se mueren las esperanzas de
forjar una Argentina unidad, una Patria de hermanos”. Milei escuchaba en
solitario en primera fila, en un lugar preferente que le fue asignado.
El
arzobispo, que hasta el momento no había realizado declaraciones desde
que se produjo la elección a legisladores porteños el domingo anterior,
ahora hizo una directa alusión al hecho y, sin dejar de referenciar el
texto bíblico, lanzó una crítica a toda la dirigencia política diciendo
que “años de promesas incumplidas y estafas electorales nos hicieron
perder las ganas de participar, nos hicieron perder el entusiasmo de
involucrarnos, hasta de cumplir con el deber ciudadano de ir a votar,
porque pensamos: ‘otra vez lo mismo, nada va a cambiar’; sentimientos e
ideas que afloran cuando se experimenta que nos mintieron muchas veces”,
En
rápida descripción de la situación agregó que “nuestro país también
sangra: tantos hermanos que sufren la marginalidad y la exclusión;
tantos adolescentes y jóvenes víctimas del narcotráfico que en algunos
barrios es un estado paralelo; tantas personas que están en situación de
calle; las familias que sufrieron las inundaciones; las personas con
discapacidad; tantas madres que ya no saben qué hacer y cómo evitar que
sus hijos caigan en las garras de la droga y el juego; los jubilados que
merecen una vida digna, con acceso a los remedios y a la alimentación;
herida esta que sigue abierta y sangra hace años, pero que como sociedad
tenemos que curarla pronto”.
E insistió en la situación de los
jubilados, en línea también con declaraciones de diferentes obispos y de
la Comisión de Pastoral Social del Episcopado realizadas en los últimos
días. “Muchos podrán ser los responsables de esta triste situación,
pero la oportunidad que tenemos nosotros de resolverla es hoy, ¿cuántas
generaciones más y hasta cuándo deberán reclamar por jubilaciones
dignas?”. dijo.
Continuando con su diagnóstico García Cuerva afirmó
que “Argentina sangra en la inequidad entre los que se laburan todo, y
los que han vivido de privilegios que los alejó de la calle, de los
medios de transporte público, de saber cuánto valen las cosas en un
supermercado; alejados de la gente de a pie, no sienten su dolor, ni sus
frustraciones, pero tampoco se emocionan con sus esperanzas y su
esfuerzo diario por salir adelante. Y ante el dolor, a veces, (...)
decimos (...) ya no hay nada que hacer, transformándonos en agoreros de
malas noticias, en profetas de calamidades, incluso escuchando todo el
tiempo a los que envenenan el alma remarcando siempre lo que está mal,
lo que falta”.
“Hemos pasado todos los límites”
Sin embargo, dijo
el arzobispo porteño, Argentina no está muerta, sino que a veces estamos
adormecidos por la indiferencia y el individualismo” y señaló a “los
que difaman, desprecian o critican destructivamente a una persona, a una
entidad, o una obra; los que odian y justifican su desprecio; el
terrorismo de las redes, como decía el Papa Francisco” afirmó. Agregó
que “hemos pasado todos los límites, la descalificación, la agresión
constante, el destrato, la difamación, parecen moneda corriente” y
recordó palabras recientes del papa León XIV a los representantes de los
medios de comunicación a quienes les pidió decir “no a la guerra de las
palabras y de las imágenes”.
Retomando un tema que es frecuente en
sus intervenciones el arzobispo García Cuerva dijo que “tenemos
necesidad de diálogo, de forjar la cultura del encuentro, de frenar
urgentemente el odio”, y pidió que “nos demos otra oportunidad” porque
“no podemos construir una Nación desde la guerra entre nosotros”.
Subrayó en consecuencia que “todo acto de violencia es condenable, y
quiebra el tejido social”.
Advirtió además que quizás lo que nos
falta como pueblo argentino, es “tomarnos de la mano y tirar para
adelante reconociendo que el que tengo a mi lado es un hermano, no un
enemigo o un ser despreciable a vencer” y al respecto, recordando
palabras del escritor Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz y
sobreviviente de los campos de exterminio nazis, dijo que “es
imprescindible realizar una transfusión de memoria. Porque la memoria no
sólo nos permitirá que no se cometan los mismos errores del pasado,
sino que nos dará acceso a aquellos logros que ayudaron a nuestro pueblo
a superar las encrucijadas históricas que fue encontrando.”.
Pidió
además imaginar “el abrazo que nos debemos los argentinos, el abrazo que
negamos al que piensa distinto, o al que tiene otras costumbres o modo
de vivir, el abrazo que no compartimos con los que sufren, incluso los
abrazos que no nos pudimos dar durante la pandemia” para avanzar
”unidos, como pueblo, más allá de las legítimas diferencias”.
Paralizados por el odio y la descalificación
A
modo plegaria el arzobispo el arzobispo dijo entonces “Argentina,
levántate, ponete de pie, vos podés, basta de arrastrarnos en el barro
de las descalificaciones y la violencia, basta de vivir paralizados en
el odio y el pasado, basta de estar con la esperanza por el suelo; es
hora de ponerse de pie, unidos, no a los empujones en un ‘sálvese quien
pueda’, no a costa de los demás, o dejando a muchos al costado del
camino de la vida. Es con todos, mirándonos a la cara, porque nuestras
decisiones y políticas públicas tienen que tener rostros concretos,
historias reales que nos tienen que conmover”.
Porque, siguió
diciendo, “muchos hermanos tienen hambre de pan, revuelven basura
buscando qué comer, pero todos tenemos hambre de sentido de vida, hambre
de Dios. Nos hemos acostumbrado a comer el pan duro de la
desinformación; el pan viejo de la indiferencia y la insensibilidad;
estamos empachados de panes sin sabor, fruto de la intolerancia; el pan
agrietado por el odio y la descalificación. Tenemos hambre de
solidaridad capaz de abrir nuestros encierros y soledades. Tenemos
hambre, de fraternidad para que la indiferencia, el descrédito y la
descalificación no llenen nuestras mesas y no tomen el primer puesto en
nuestro hogar. Tenemos hambre de esperanza capaz de despertar la ternura
y sensibilizar el corazón abriendo caminos de transformación y
conversión”.
Antes de finalizar García Cuerva volvió a recordar
palabras de Francisco en el sentido de que nadie puede limitarse a ser
un espectador porque todos, “desde el más pequeño hasta el más grande”
tienen un papel activo en la construcción de una sociedad “integrada y
reconciliada” a partir de la participación, la responsabilidad personal y
social.
El arzobispo culminó su intervención haciendo un pedido para
que “comencemos a caminar unidos, a caminar dialogando, a caminar
hermanados, a caminar con esperanza” porque “las nuevas generaciones y
nuestros hijos, se merecen que les dejemos un país curado, un país
reconciliado, un país de pie y con horizontes”.