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LOS VERDUGOS MEDIATICOS
LOS VERDUGOS MEDIATICOS
Un artículo de Jorge Rachid El canibalismo desatado por el conflicto de intereses que genera el próximo proceso electoral, se ha transformado en una despiadada competencia entre los medios de difusión por arrastrar la honra y cuestionar la moral de aquellos argentinos, que no responden a sus demandas. Una verdadera extorsión, por generación de miedo, intentando producir una parálisis en el accionar de los actores principales de la dirigencia política, empresarial, social, gremial y hasta de la cultura y el espectáculo.
Nadie está exento de ser sometido al destrato cotidiano desde el amarillismo, por sus opiniones si están en contra del pensamiento y andarivel marcado por los dueños del poder mediático y económico, afectados por la reconstrucción del estado como ordenador social y político, después de décadas de ausencia que no fue tal, sino propiedad de la Patria contratista y de los factores de poder económico. Visualizar el conflicto es parte de separar la paja del trigo para no dejarse enredar en una verdadera batería misilística, preparada desde hace meses para intentar alterar la percepción de los logros conseguidos, en un camino que puede tener demandas pendientes y de hecho son todavía importantes, pero que ha trazado un lineamiento de recuperación insoslayable a la hora de los balances.
El linchamiento mediático está lejos de la condena social, que se produce por la percepción de los comportamientos dirigenciales en todos los niveles, en especial desde que la democratización de los medios permite hoy escuchar y percibir múltiples miradas, rehacer el pensamiento propio en la lógica diferenciada de la información, en especial cuando esa información implica fusilamiento personal sobre determinados blancos elegidos, no al azar sino en una estrategia comunicacional y política, destinada a deteriorar las políticas públicas que afectan sus intereses, en especial la Ley de Medios de Comunicación Audiovisual, verdadero ariete en la concentración hegemónica de medios producido, desde la dictadura militar hasta esta revolución comunicacional, alcanzada por las mayorías populares con representación parlamentaria, aunque los afectados sigan denominando la Ley K con nombre propio, en un intento de denigración.